Mientras la trepidante conversación sigue su curso en la finca sevillana de Zahariche, resulta fácil comprender por qué la leyenda de esta familia, su pasión y su legado ganadero, el de los Miura, ha llegado tan lejos, tanto a nivel geográfico como sentimental. Incluso los dueños de Lamborghini, grandes aficionados, bautizaron Miura, Islero, Murciélago y Gallardo a algunos de sus mejores coches superdeportivos entre 1966 y 1972. Mientras, innumerables artistas, intelectuales, cineastas, músicos, cantantes, poetas y periodistas han encontrado en el toro una fuente de inspiración. Pablo Picasso, Miguel Hernández, Ignacio Zuloaga o Jaime Siles son solo algunos de ellos. Con su visión suprasensible, Sorolla fue capaz de traducir toda la riqueza de la tauromaquia a través de la ganadería Miura en pinturas como ‘El encierro’ (1914).
Hasta poetas de diferentes tiempos se fijaron en el toro para dedicarle sus versos, sin poder pasar por alto ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’, de Federico García Lorca. Más recientemente también existen declaraciones de pasión hacia el toro bravo de lidia, como la del escultor florentino Vincenzo Romanelli, quien tras varios viajes a Andalucía se enamoró de la morfología única de la raza Miura y creó una majestuosa escultura de bronce. La pieza captura el poder y el atletismo de un toro fuerte y viril. No es casualidad entonces que la ganadería Miura recibiera en 2022 una de las medallas de oro en los Premios Nacionales de Cultura a las Bellas Artes.
El Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que instauró estos galardones en 1980, destacó “la fidelidad de esta casa a sus orígenes, puesto que, a lo largo de su trayectoria casi bicentenaria, ha mantenido invariable un encaste singular asociado a valores como la bravura, la emoción y belleza del toro de lidia”. Según nos cuenta Antonio Miura Martínez, históricamente su familia poseía una dehesa en Carmona con algunas vacas mansas, pero no fue hasta el 15 de mayo de 1842 cuando comenzó la aventura familiar en el mundo del toro bravo. Aquel día, su tatarabuelo, Juan Miura Rodríguez, que por entonces era propietario de una sombrerería en la sevillana calle Sierpes, adquirió las ganaderías de Albareda y Cabrera motivado por el propio Antonio, ya que era un gran aficionado al toro de lidia. “Tras cruzar a estas dos ganaderías, se consiguió al poco tiempo su propio encaste, celebrándose la primera lidia de toros Miura el 30 de abril de 1849 en Madrid”, recuerda.
Su hermano, Eduardo Miura Martínez, cuenta que hoy día el toro de nuestra región es morfológicamente más bien parecido al caballo inglés. “Es un toro que no suele tener barriga, es un toro alto, muy largo y con mucho cuello. La estampa de nuestros toros es imposible no reconocerla; aunque no le veas el hierro, lo reconoces de inmediato”, explica. Además, con un arranque de pasión nos cuenta que para los toreros, los toros Miura se diferencian del resto de ganaderías por su complicación, pues esta es sinónimo de singularidad. “Nuestros toros tienen mayor capacidad de aprendizaje, y esto hace más complicada su lidia.
Tienen reacciones imprevisibles como si tuvieran inteligencia, son nerviosos, indómitos, muy violentos y agresivos. Esta es su arma biológica, propia de una raza tan pura como son los Miura. Un profesor de genética le afirmó a nuestro padre que los Miura son una subraza dentro de la raza del toro bravo”, nos explica. Y poco tarda su hijo, Eduardo Jr., en querer aportar también su visión e historia, sobre todo porque el legado continúa y él se ve también inmerso en la histórica empresa familiar: “Mi tatarabuelo Antonio era un gran aficionado, pero su padre era un industrial y se aseguró de que la afición de su hijo fuera rentable y sostenible. Siempre se ha dicho que la ganadería de toro bravo ha sido ‘la joya de la corona’ del hombre del campo. Por eso era indudable que para perdurar y prosperar en el tiempo tenía que ser rentable”. Eso sí, asegura que no es suficiente con que su particular empresa sea rentable, sino que la esencia de cualquier profesión radica en transformar una pasión en tu particular forma de vida. “Si el toro bravo no se lidiara, dejaría de existir y se extinguiría la raza del toro bravo. La comercialización en el mercado de la alimentación de este animal sería económicamente inviable. Este es un animal que necesita ser alimentado, por el esfuerzo y ejercicio que desarrolla, con un coste muy superior al resto de animales”, afirma Eduardo Jr. con certeza. La pasión que nutre la profesión de los tres familiares Miura es clara, pero tras aprender más sobre su mundo nos pica sobremanera la curiosidad: ¿cómo se consigue engendrar realmente un buen toro bravo de lidia? Sin dilación alguna, el más joven de ellos, Eduardo Jr., concluye que esto sucede por selección. Todas las vacas están, como él dice, ‘tentadas’, seleccionadas cuidadosamente. Toda madre en la ganadería lo es porque así se ha aprobado, considerándose brava, al igual que los sementales. “Nuestro trabajo es seleccionar animales feroces y bravos. Madres y padres luchadores para criar a sus becerros con actitud de pelea y lucha. La pelea entre los toros en el campo es casi diaria porque actúan como animales semisalvajes. En las manadas de toros hay jerarquías, hay mucha competitividad entre ellos, pero siempre hay uno que es el que mangonea. El toro es un ser vivo como el hombre, e igual que hay toros buenos, hay toros que son ‘de cuidao’, toros a los que les gusta la bronca, y toros a los que les gusta mandar en la manada”, dice Eduardo Jr. Curiosamente, añade, el toro más peleón en el campo suele ser el que se apaga en una plaza, mientras que los que en el campo son muy buenos y nobles, después son los más bravos en la plaza de toros. Pero aunque estos animales sean sin duda feroces y bravos, se caracterizan también por su extrema nobleza. Eduardo Miura (padre) aclara que la nobleza significa que el toro te obedece y expresa sus intenciones: “Te avisa con tiempo de lo que va a hacer y no hace cosa sorpresiva a traición, se podría decir que no tiene maldad”. Entonces, esto se traduce en que la bravura, para ellos, es la entrega del animal. Eduardo Jr. asegura que la cuestión es “querer”, aunque no se pueda. Es decir, hay animales que físicamente tienen poca fuerza pero tienen la voluntad de seguir luchando, y la convicción de querer embestir. Por ende, hay otros a los que les sobra fuerza, pero no tienen voluntad alguna. A quienes no les falta voluntad es a los tres Miura que sí hemos podido entrevistar, quienes reconocen que, tras familiarizarse con el toro, le han perdido el miedo y le han ganado un increíble respeto. En el campo, alejados de la distracción de la ciudad, que ofrece quejares más pasajeros y superficiales, dicen vivir enfocados en lo esencial. Viven de otra manera, una mucho más pausada y quizá presente, algo que escasea. Quizá esto se vea más agudizado por el hecho de trabajar con animales, pues Eduardo padre confiesa que uno se debe acoplar a sus tiempos, no al propio. Y así, paseando por la dehesa, Eduardo Jr. concluye nuestra visita con una clave que le da completo sentido a su vida y labor: “La esencia de lo esencial es hacer algo que te llene por dentro y dejar una huella para la gente que te rodea, para la gente que te importa. Dejar un buen recuerdo, y que vivas a través de la memoria de los que te van a suceder”.